Ese lugar que me vio nacer, una casa, una madre o una camiseta que se lleva puesta, es Pereira. Está en los poros, los recuerdos y las añoranzas. Sí, la llevamos con nosotros, en los momentos felices con familia y los amigos, momentos que permanecen o están a la expectativa de regresar. Como un cocuyo, son intermitentes y, aunque a veces se apaga, vuelven en los momentos oscuros.
Cuando te vas, llevas contigo los recuerdos puestos como una camiseta, así como el agradecimiento y el deseo de volver a tu casa para aportar, devolver y regresar una parte de lo que te dio. En mi caso, pensaba hacerlo en la década de mis treinta; pero, como dice la canción, "sorpresas te da la vida?, regresé diez años antes de lo pensado. Para eso sirve planear. Y luego de vivir fuera por cuatro años en busca nuevas experiencias se cumplió la maldición del padre Cañarte.
Regresé a la Querendona, esa tierra de personas caracterizadas por su amabilidad, confianza y resiliencia; en donde el taxista es un magnífico interlocutor que habla de su vida, sabe escuchar y es un analista político en potencia; donde las personas no dan las indicaciones para ir al lugar que uno busca porque se suben al auto para llevarnos hasta allá, así se desvíen de su camino; donde en cada fila se hace un amigo y en cada lugar se encuentra un conocido.
Escribiendo sobre los recuerdos, pensé en hacerle una carta a Pereira, ¿Y qué escribirle a mi ciudad? Lo primero que llegó a mi mente se remontó a mis ocho años, cuando me sentaba sobre el tapete de la sala de mi casa a mirar un libro de carátula gris sobre la historia de Pereira, mientras me llenaban de orgullo, emoción y admiración las imágenes de los convites, el civismo y sentido de pertenencia que Manuel García inmortalizó en sus fotos, que acompañaban los textos que narraban la historia de la construcción del Hospital San Jorge, el Aeropuerto Matecaña y la Villa Olímpica.
A mi regreso, encuentro una Pereira con enormes retos, importantes apuestas y deudas sociales; una ciudad con una realidad compleja y muchos paradigmas, pero con importantes activos ocultos y un imaginario colectivo por cultivar.
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